Abel, el hermano mayor, se levantó de madrugada. A escondidas se dirigió a la cocina, abrió el armarito y sacó el bote de las galletas. El perro, Zero, se colocó junto a sus piernas babeando. Para que no ladrara, Abel le dio una galleta al perro, para acto seguido, zamparse él solito la cuarta parte de las galletas que había. Volvió a la cama casi satisfecho.
Pero no fue el único en esquilmar el bote, porque al poco se levantó Blas, el segundo hermano y repitió punto por punto los gestos del hermano: Dar una galleta al perro y comerse la cuarta parte de las galletas que quedaban en el bote.
Esto de arramblar con las galletas se ve que va en los genes, porque Carlos, el tercero de los hermanos, también se levantó a hacer lo propio. Y Damián, el benjamín, también.
Cuando dijimos "casi" satisfecho al final del primer párrafo, es porque estábamos al tanto de que Abel volvió a levantarse para intentar repetir su goloso acto. Pero, listo de él, se dió cuenta de que si lo hacía, al día siguiente no podrían ejecutar el ritual de todos los desayunos. Así que se volvió a la cama con la gusa.
A la mañana siguiente, en el desayuno, hicieron lo de siempre: Dieron una galleta al perro y se repartieron el contenido del bote de galletas entre los cuatro, de forma que los hermanos tuvieran el mismo número de galletas.
Por cierto, en ningún momento nadie rompe una galleta cuando hace un reparto. Siempre se tiene un número entero de ellas. Excepto cuando empieza el comerse y la gula, que ahí cascan todas.
La pregunta es: ¿cuántas galletas había en el tarro antes de la primera incursión nocturna de Abel?