Compren su entrada en el cine más cercano, preferiblemente en alguna sesión de madrugada. No vayan con niños, menos aún si son chillones, comen palomitas y tienen las mejillas sonrosadas. Si han de ir con niños, por aquello de tener alguna excusa cara a la galería, escojan uno o dos de tez pálida, que apenas sonrían y a quienes les guste viajar en el coche a lo largo de una carretera al borde de un acantilado una noche de tormenta. Con rayos.
Escojan la melancolía como sentimiento al sentarse en la butaca, y no olviden olvidarse del antiojeras por un día. Recuerden a la familia Addams, el sentimiento trágico de la vida, la belleza de la paz de los cementerios, la inteligencia como arma cargada de pasado, los inexistentes y terribles monstruos bajo la cama, las conversaciones en voz baja, los libros antiguos, los grabados de Escher, a Edward Gorey y Tim Burton. Recuerden también que una calavera no tiene ojos y aún así parece mirarnos.
Vean, sobre todo vean, la película: "Una serie de catastróficas desdichas de Lemony Snicket". Quédense hasta los créditos del final. Siéntanse parte de la familia. Y no olviden el discreto encanto de las cortinas de terciopelo ligeramente deshilachadas.